ACERCA DE LA TEORÍA DE LA
RELATIVIDAD*
Por: José Márquez Ceas
Es indudable que el
camino que ha llevado a la estructuración de la física como una ciencia, dentro
del campo de las realizaciones humanas, no ha sido obra de un solo hombre. Este
camino ha sido largo y tortuoso. Muchas veces se ha tenido que desandar lo
recorrido para comenzar en otra dirección. En ocasiones se han encontrado
atajos y nuevas ramificaciones totalmente inesperados, que han permitido
avanzar rápidamente en el campo de la teoría pura y de la experimentación, en
busca de explicaciones más satisfactorias acerca de la estructura del Universo y
de las leyes que lo gobiernan.
Aquí y allá, a través
de los siglos, han surgido mentes pleclaras que con sus construcciones
intelectuales han iluminado el campo de las Ciencias Naturales y
específicamente de la física. Han sido hombres con un común denominador que
podría traducirse como un ansia infatigable, y a menudo insatisfecha, de
plantear interrogantes y buscar respuestas que expliquen el comportamiento de
los fenómenos de la naturaleza.
Uno de estos genios del
pensamiento científico, que vivió en nuestro siglo*, y cuya obra ha tenido
profundas y revolucionarias consecuencias en el campo de la Física, fue Albert
Einstein, de quien se conmemoró el centenario de su nacimiento, el pasado mes
de marzo de 1979.
Quizás el punto toral
de la Teoría de la Relatividad, por lo que hace a la ¨opinión popular¨, sea ese
que se refiere a los conceptos de espacio y tiempo. Ambos conceptos son, desde
luego, diferentes del Tiempo y Espacio de la Estética Trascendental de la
¨Crítica de la Razón Pura¨ de Kant, que los concibe como las formas de la
intuición sensible que permiten ordenar el material de las sensaciones y llegar
a conclusiones de tipo lógico o categorial.
En la Teoría de la
Relatividad de Einstein, los conceptos de Espacio y Tiempo se consideran como
conceptos físicos que permiten establecer la relatividad del movimiento en base
a las mediciones de los mismos, llevadas a cabo por observadores en movimiento
de translación uniforme
Espacio y Tiempo no
tienen una significación absoluta como suponía la mecánica clásica, basada en
las leyes de Galileo y Newton. Antes bien, ambos son relativos y dependen del
sistema de referencia al cual se encuentra ligado el observador que lleva a
cabo su medición. De esta manera, es posible conciliar el Principio de
Relatividad Restringida, que establece la invariancia de los procesos y leyes
de la naturaleza para observadores en movimiento rectilíneo uniforme, con la
ley de la propagación de la luz, cuya constancia había sido demostrada por las
investigaciones teóricas de H. A. Lorentz, con respecto a los procesos
electrodinámicos y ópticos que se producen en los cuerpos en movimiento.
La aparente
incompatibilidad entre el Principio de Relatividad Restringida y la Ley de
Propagación de la Luz, se salva merced a las ecuaciones conocidas como
¨Transformaciones de Lorentz¨, que permiten pasar de las mediciones de un
sistema a las de otro.
Es obvia la concepción
del Espacio y del Tiempo, dentro de la Teoría de la Relatividad Restringida,
como magnitudes físicas medibles y determinables por observadores
independientes. De aquí se pasa a las consideraciones que hace la teoría
respecto al continuo de espacio-tiempo de cuatro dimensiones denominado
¨Universo¨ por Minkowski, en donde los acontecimientos están determinados por
tres coordenadas espaciales y una temporal.
Finalmente, más por razones de carácter epistemológico que científico
Einstein procede a generalizar su teoría especial en busca de dar una expresión
de las leyes físicas, en forma absoluta e independiente del estado de
movimiento del observador.
La Teoría General de la
Relatividad está expresada en términos geométricos, en base a un tipo de
geometría no-euclidiana como la que comúnmente usamos en la vida diaria en
nuestras relaciones con las cosas.
Utiliza específicamente la geometría del espacio-tiempo de Riemann, que
es adecuada para dar explicación a las conclusiones derivadas del supuesto que
hace Einstein, de que cualquier región del espacio-tiempo depende de los
objetos materiales que ocupan esa región.
Para una consideración
más amplia acerca de los conceptos de Espacio y Tiempo, y la significación
filosófica de la Teoría de la Relatividad, me permito recomendar la lectura del
apéndice del capítulo II, libro segundo, de la obra de Morris H. Cohen, ¨Razón
y Naturaleza¨, edición hecha por la Editorial Paidós, para su Biblioteca del
Hombre Contemporáneo. Del citado
apéndice hago la siguiente cita textual, que quizás aclare las dudas que,
probablemente, suscite en muchos espíritus la connotación del término
¨relatividad¨: ¨Los relativistas de la
psicología tradicional, como Petzoldt, se sirven de la obra de Einstein para
sustentar la afirmación de que ¨ el mundo es para cada uno como le
parece¨. Pero la relatividad física, al
igual que cualquier otra teoría científica, nos ayuda a corregir las ilusiones
de la mera apariencia. No se ocupa de lo que acierta a parecerle a un individuo
dado, sino, más bien, de lo que debe parecerle a cualquiera que efectúe
observaciones físicas precisas¨.
Pese a su grandiosidad
y a las múltiples explicaciones que prevé, la Teoría de la Relatividad no fue
capaz de conciliar las leyes de los fenómenos gravitatorios con las leyes de
los fenómenos electromagnéticos, si bien el mismo Einstein se encontraba
trabajando en este problema de la Teoría del Campo Unificado¨ cuando le
sorprendió la muerte.
Einstein nos corrobora
con su teoría, lo que yo mencionaba al comienzo de este artículo: que en la
búsqueda del conocimiento científico el camino que se recorre es largo y
tortuoso. Que para lograr el progreso
del conocimiento se requiere, como condición esencial, que el científico tenga
un espíritu crítico y abierto a lo desconocido.
Que sin apasionamiento ni dogmatismo alguno esté dispuesto a modificar,
e inclusive sacrificar, cuando sea preciso, en aras de la verdad científica,
las más hermosas teorías del inventario de la ciencia. La Teoría de la
Relatividad, en su génesis y ulterior desarrollo, nos prueba que ninguna teoría
científica debe considerarse totalmente acabada ni puede pretender dar una
explicación completa de todos los fenómenos del Universo, pero también nos da
una idea cabal de la capacidad de la razón humana y de lo lejos que ésta puede
llegar con su poder analítico.
El ejemplo de Einstein
debiera animarnos a fortalecer nuestra confianza en la razón humana. Pero no
una confianza excesiva y ciega a sus propias limitaciones, porque entonces
corremos el riesgo de desembocar en la ¨hybris¨, la soberbia espiritual
(arrogancia), el orgullo prometeico, o en un racionalismo de tipo
hegeliano. La lección que nos da
Einstein es que en el silencio de su propia conciencia el hombre puede concebir
el Universo, sin otra herramienta más que su mente. El único pecado en que
podemos incurrir es hipostasiar esa concepción y considerar la teoría no como
una explicación de la realidad, sino como la realidad misma, la cual siempre
está un poco más allá de nuestra concepción de lo que ella es.
¿Qué pueda ser esa realidad?. ¿Cuál pueda ser su naturaleza?. Probablemente serán interrogantes que el
hombre nunca dejará de formular y a los que la Filosofía le corresponde dar una
respuesta.
Para mi propia
satisfacción espiritual trato de pensar en una respuesta lo más simple posible,
en donde una única entidad, que subyace en todas las cosas del Universo, se
manifiesta en diferentes formas, desde el nivel de las partículas sub-atómicas
hasta el nivel de las galaxias, y se hace conciencia e inteligencia en el
hombre a través de las cuales éste puede descubrir, en todas las
manifestaciones del Cosmos, las maravillas arquitectónicas de un vasto plan
divino.
*(Artículo publicado
en el Diario La Prensa, edición del martes 3 de abril de 1979, en el marco del
100 aniversario del nacimiento de Einstein)
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