viernes, 10 de noviembre de 2017




El hombre lobo del hombre
Por: José Márquez Ceas

Hay un conocido proverbio que se atribuye al filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1679) que reza: ¨Homo homini lupus est¨ (el hombre es lobo para el hombre). Los historiadores remontan esa expresión hasta el escritor romano de comedias, Tito Maccio Plauto (254 a,C.), quien dijo: ¨lobo es el hombre para el hombre, cuando desconoce quién es el otro¨ (Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit). Con esa expresión se da a entender que el hombre se comporta frente a sus congéneres como una de las bestias más salvaje y sanguinaria que conocemos: el lobo.

La historia destaca la animalidad del hombre contra el hombre. El ejemplo más humillante y vergonzoso de todos, es la esclavitud de seres humanos por otros seres humanos, en Egipto-Antiguo, Grecia-Antigua, el Imperio Romano, y EE.UU. (hasta la Guerra Civil) en la época moderna.

Otros ejemplos de hechos crueles y sangrientos han sido: las masacres de cristianos y musulmanes en las Cruzadas, que en nombre de la religión católica produjeron más de 5 millones de víctimas a lo largo de 3 siglos y medio; el exterminio masivo de 6 millones de judíos por instrucciones de Hitler; la masacre en Katyn (Polonia), de más de 10,000 víctimas entre oficiales del ejército, policías, intelectuales y otros civiles, llevada a cabo en 1940 por la policía secreta soviética dirigida por Lavrenti Beria; las ejecuciones masivas ordenadas por el dictador soviético Joseph Stalin, bajo cuyo imperio se produjeron más 20 millones de víctimas mortales; las 214,000 víctimas directas de las hecatombes nucleares de Hiroshima y Nagasaki, provocadas por los EE.UU.; las 114 millones de víctimas mortales, civiles y militares, de la Primera y Segunda Guerra Mundial, sin incluir los heridos; y recientemente, las víctimas civiles y militares de las Guerras del Pacífico, Vietnam, Afganistán, El Golfo, y Kosovo, entre muchas otras.

Mención aparte merece el genocidio contra los indígenas americanos. Al respecto, el ministro de Defensa de  Bélgica, André Flahaut, sostuvo en 2004 que en América del Norte se cometió el mayor genocidio de la historia mundial ya que fueron asesinados 15 millones de indígenas desde que Cristóbal Colón puso pie en este continente en 1492, y sugirió que el exterminio continúa hasta hoy. Otros 14 millones fueron masacrados en América del Sur y aunque la cantidad de víctimas no se puede saber con certeza, sí existen pruebas irrefutables de una campaña deliberada de exterminación, despojo y aculturación de los pueblos nativos.

La historia muestra también las acciones sangrientas y mortales que se cometieron en contra de altas personalidades intelectuales, militares, políticas y religiosas en todo el mundo, por temor a los movimientos que representaban esos líderes y/o por las ideas y valores que pregonaban. Entre estos casos podemos citar, al margen de cualquier juicio de valor, los siguientes: los magnicidios en contra de Julio César, Abraham Lincoln, y John F. Kennedy; el asesinato del Archiduque Francisco Fernando, heredero del trono austro-húngaro (1914), que fue uno de los desencadenantes de la Primera Guerra Mundial; los asesinatos de Mahatma Gandhi y Martin Luther King; y la vergonzosa ejecución del monje dominico Giordano Bruno, ordenada por la iglesia católica a través de Inquisición romana.

También debemos destacar el juicio y ejecución del filósofo griego Sócrates (siglo IV a.C.), acusado falsamente de impiedad y de corromper a la juventud y condenado a morir bebiendo la cicuta. Sócrates rechazó la evasión propuesta por sus discípulos y amigos, prefiriendo acatar heroicamente la sentencia de muerte a pesar de ser inocente, siendo consecuente con su pensamiento de respetar las leyes y disposiciones de las autoridades legales, aunque no estuviese de acuerdo con ellas.

Pero de todos los magnicidios cometidos, donde quedó plasmada la imagen del hombre como una verdadera bestia salvaje y sanguinaria, es el juicio y ejecución de Jesús de Nazaret, el hecho más notable y trascendental para la humanidad entera.

Frente a la bestialidad de las autoridades romanas y judías y ante la vociferación de la turba frenética que le condena a la tortura seguida de una muerte ignominiosa en la cruz, es impresionante la majestad, la mansedumbre y el amor de Jesús, que en el paroxismo de su martirio perdona a sus verdugos ¨porque no saben lo que hacen ¨.

La conclusión final que se impone es que en todos los sucesos que hemos mencionado el hombre efectivamente se comportó como un lobo para el hombre. Se trata simplemente de señalar hechos y realidades que no se pueden negar.

Sin embargo, ante la furia irracional y sanguinaria que el hombre ha desplegado históricamente, debemos contraponer las producciones místicas, religiosas, morales, éticas, filosóficas, literarias, musicales y poéticas. Entre ellas ellas podemos citar como ejemplo: el Bhagavad-Guita, los Upanishads, los Puranas y Brahmasutras, que conforman la base de la Filosofía Vedanta; la Doctrina Budista de Las Cuatro Nobles Verdades; las enseñanzas filosóficas, cosmológicas, religiosas y morales del Tao Te King, de Lao-Tse; los preceptos éticos, morales, religiosos y jurídicos de los judíos, emanados del Tanaj (Antiguo Testamento), incluyendo la Toráh y las exégesis de la Mishná y el Talmud; y, finalmente, la Doctrina Cristiana del Nuevo Testamento transmitida por los evangelios y las cartas de San Pablo, agregando la moderna Doctrina Social de la Iglesia y las encíclicas papales.  Todas esas producciones, más la inagotable producción musical y poética, entre otras, señalan las cumbres más elevadas que el hombre  ha alcanzado en el proceso de su evolución espiritual.

Es cierto que la opinión general considera que el lobo es una bestia salvaje que jamás podrá ser domesticada. No obstante, algunas obras literarias basadas en hechos reales nos exponen facetas donde ese animal feroz y salvaje muestra rasgos de mansedumbre que se sobreponen al mero instinto animal, gracias al cariño y al buen trato dispensados al animal por su amo, tal como ocurre en la novela ¨Colmillo Blanco¨ del escritor Jack London (1876-1916).

Algo similar pero a la vez distinto, es el caso del Lobo de Gubbia, que llegó a ser un lobo manso bajo las tiernas admoniciones de San Francisco de Asís, pero que luego se torna de nuevo en una bestia feroz y sanguinaria, como lo expone en su magistral poema ¨Los Motivos del Lobo¨ nuestro eximio vate, Rubén Darío. Al final, el poema cita con lujo de detalles las razones que tuvo el lobo para convertirse nuevamente en una bestia sanguinaria, y así dice cuando el santo de Asís le reclama por su comportamiento:

«Hermano Francisco, no te acerques mucho...
Yo estaba tranquilo allá en el convento;
al pueblo salía,               
y si algo me daban estaba contento
y manso comía.
Mas empecé a ver que en todas las casas
estaban la Envidia, la Saña, la Ira,
y en todos los rostros ardían las brasas
de odio, de lujuria, de infamia y mentira.
Hermanos a hermanos  hacían la guerra,
perdían los débiles, ganaban los malos,
hembra y macho eran como perro y perra,
y un buen día todos me dieron de palos…
Y su risa fue como un agua hirviente,
y entre mis entrañas revivió la fiera,
y me sentí lobo malo de repente;
más siempre mejor que esa mala gente ¨

A pesar del epílogo fatalista del poema de Darío y del amargo mensaje que encierra (el hombre es una bestia más cruel que el mismo lobo), y a pesar, también, de la imagen sangrienta que la historia presenta del hombre, yo, al igual que muchos, preferimos creer que el acervo espiritual, ético, moral, religioso y filosófico contenido en las producciones humanas a las que hicimos referencia, ha sido y seguirá siendo en el presente y en el futuro un muro infranqueable que atenuará el furor animal del hombre contra sus semejantes.

Finalmente, no debemos perder la esperanza de que llegará el día en que sea una realidad plena la más excelsa de las enseñanzas amorosas predicadas por Jesús de Nazaret durante su ministerio, la que señala que el segundo mandamiento más importante para el creyente es el que dice: ¨Amarás a tu prójimo como a ti mismo¨, pero enmarcado en el más importante de todos los mandamientos, aquel que dice: ¨Amarás a Dios, por sobre todas las criaturas y por sobre todas las cosas¨.